Hay una herencia incontestable, como un hilo robusto pero a veces poco visible, entre el arte y la espiritualidad. La relación directa entre ambas fue durante siglos la semilla de la Historia, semilla que poco a poco ha ido atrofiándose en un prejuicio en el que la una anula a la otra y viceversa, generando una saña indescriptible entre la creencia, la forma y la vida. Pero ese binomio arte-espiritualidad sabemos de sobra, es indestructible, tanto si su uso es para la opresión de la vida como para la liberación de la misma. Es inevitable pensar en el fuego interior de Hildegarde von Bingen cuando tenía sus visiones, visiones que eran profecías, pero también música, escritura y hasta sexología mientras dirigía una Abadía o el fuego eléctrico de Rosaleen Norton - la bruja de Kings Cross – en cuyas obras pictóricas y performances se mezclaba un sentido anarquista con metodologías de auto-hipnosis, magia sexual y neopaganismo en muchas ocasiones siendo perseguida por la justicia.
La obra de Cristina Regalado navega justamente entre esas grietas del Gran Binomio en el que el entendimiento racional es solo una micro parte de un Todo. Siguiendo la estela de otras artistas y visionarias, feministas y de corte libertario como Josefa Tolrà, Regalado, practica una metodología propia y puramente suya en donde el textil es parte de una Trinidad desacralizada: la investigación, la práctica y la intuición. La artista recorre las calles de la Orotava, de donde es oriunda, hablando con vecinos y vecinas para recoger materiales de las personas que han ido falleciendo. Esos materiales se transforman en múltiples propuestas experimentales en donde se despliega una investigación en torno a la creencia local y las supersticiones que se expande con corrientes de la contracultura como la Magia del Caos, la Santería y el misterio en el más amplio espectro lyncheano. Entre esa amalgama de conocimientos su obra se revela con un fuerte carácter biográfico y casi literario en el que la tensión de la creencia por un lado deviene en violencia y por el otro en una liberación del dolor.
Grandes piezas textiles nos llevan a relatos - casi paisajes - de una mente que se expande como un frente de defensa ante el sufrimiento, la discriminación y la ansiedad de un mundo violento. Pequeñas piezas textiles entre el ensamblaje y el texto nos llevan a escapularios heréticos. Los escapularios devocionales del catolicismo se acompañan de promesas de protección o incluso de condena eterna, mientras Regalado nos deja abierto a nuestra comprensión en qué lugar nos situamos frente a ellos: ¿son jungum (yugos) o scutum (escudos)?. Cartas del Tarot con una iconografía única se despliegan con la propia y personal simbología de la artista como un mecanismo para predecir frente a cuántas capas cognitivas nos estamos enfrentado. Un gesto que nos recuerda a una Leonora Carrington que pudo saborear las mieles del reconocimiento pero también la hiel de la violencia psiquiátrica y sexual.
La generosidad de la artista a la hora de abrir su interior para nuestra comprensión es también un gesto de disidencia metodológica en el que el tacto, el olor y los materiales traídos nos hacen poner en tela de juicio a la oligarquía. La oligarquía presente en Canarias y cuyo poder se transmite por la sangre y la creencia, pero también la oligarquía religiosa, y la oligarquía de la hegemonía de la normalidad. El fuego que Regalado invoca es un fuego purificador en eñ sentido más ocultista de la palabra.
Una mesa con sus enseres, un mantel bordado, en el que podemos intuir un texto cosido en el mismo tono que la tela, casi ilegible, que en un fragmento reza; La carretera se va estrechando Apenas veo ya. Son las cinco de la tarde, pero las montañas ya grises por la oscuridad incipiente solo dejan pasar los restos del sol. Si el sol hubiera muerto en aquel lugar para siempre, creo que no hubiera sorprendido a nadie.
No sabemos si el sol ha muerto, pero si sabemos que el Fuego continúa, como un cántico de venganza y reparación a todas aquellas que fueron mancilladas y olvidadas.
-Raisa Maudit